Sonntag, Februar 13, 2005

LA HUMANIDAD DE UN ROMANTICO DE ESTOS TIEMPOS

(Noviembre de 1992)


Entrevista por Silvia Piccoli *

S.P. con Julio Carreras (h)


Ojos oscuros y profundos, como la voz. Nunca dejaron de impresionarme estos dos factores de su personalidad, pese a los años compartidos, de amistad, poesía y empeños del espíritu. El sentimiento, la pasión, la patética visión de la condición humana, hacen de Julio Carreras un verdadero romántico. Muchas veces me ha sorprendido el protagonismo femenino en sus novelas y relatos. Las mujeres que él crea son arquetípicas, un poco al estilo de la "donna angelo" del "dolce stil novo", como la Beatrice del Dante o aquella Laura de Petrarca: mujer que salva, que redime, que ilumina. Pero también puede ser criatura infernal, agente de destrucción, que arrastre al hombre a un destino trágico. En uno y otro caso, el instrumento de que se valen estas mujeres -para salvar o para perder- es el amor en todos sus matices. No he leído una sola obra de Julio en que una mujer no sea el factor decisivo de toda la historia, para bien o para mal. Silvia Piccoli: ¿Has pensado en lo que te lleva a escribir de tal manera que las mujeres tengan un papel tan importante en tus historias?
Julio Carreras (h): Sí, lo he pensado. He empezado a pensar en la mujer, creo, a los cinco años, cuando mi padre me dijo con los ojos perdidos en la distancia, intentando disimular las lágrimas, que mi madre se había ido y no volvería más. (Mi madre era una muy bella mujer hispánica, como extraída de un poema de Bécquer). Lloviznaba y yo me figuré una mujer ideal a quien mi padre amaba y se diluía en el cielo gris, sin permitirnos alcanzarla. Luego pensé en mi abuela, que vino a cuidarnos y parecía concentrar en ella todas las virtudes de la madre tierra. Y a medida que iba creciendo e iba escuchando las historias de mi propia familia -un Juan Carrera que se pegó un tiro a principio de siglo y como no se mató con el de la sien se metió el caño en la boca y esa vez lo consiguió; un Alberto Revainera (padre de mi mamá) que era concertista, se enamoró de una "Beatrice" italiana y se casó con otra por compromisos familiares, de los mismos Revaineras dueños y fundadores de un pueblo a mediados del siglo pasado, cuyas historias, con inmigrantes suecos, alemanes y los ingleses, desde el ferrocarril y las compañías forestales, dominando todo e imponiendo los usos y la cultura y entre ellos los Revaineras, como intermediarios válidos para la población... un abuelo Carrera que fue montonero y también un Coria que combatió con Güemes... en fin, tantas historias, incluyendo la de mi propio padre, que era un poeta famoso y seductor en su tiempo (y todos los conflictos morales que el donjuanismo le inducían y de los cuales nosotros con mi hermano sabíamos)... y siempre en las historias, mujeres... mujeres como ángeles, mujeres como "Lamiae", hamadriadas o estrigas... Más tarde, cuando despuntó en mí la pubertad, empecé a pensar aún más en las mujeres; puesto que yo me crié únicamente entre hombres desde los cinco años (éramos solamente mi hermano Gustavo y yo, mi padre, mi abuelo y mi abuela, que como te dije para mí era una mujer casi sólo en sentido simbólico); y bueno, para mí la mujer fue siempre uno de los más soberanos y apreciados misterios... Te podría hablar mucho de eso, pero creo que se puede tomarlo en parte, como vos lo dijiste, de mis novelas y cuentos.
S.P.: Como escritora, creo que cada línea que se escribe contiene una parte de uno mismo, un trazo grueso o sutil, oscuro o luminoso del propio ser. Sin embargo, aunque todo provenga de la misma persona, de la misma historia, cada línea, cada verso, cada página es diferente, única, singular. Por eso cada libro es un hijo del escritor, un hijo que tiene su propia personalidad, integrada por algo de su padre -que le da un "aire de familia", identificándolo como producción del autor-, pero que tiene características particulares. ¿Cómo es esa personalidad de "El Malamor"?
J. C.: Respecto de este libro, debo decir que se diferencia de los otros que he escrito principalmente en su tono. Esto es, mientras "Abelardo" por ejemplo, o "Ciclo de Antón Tapia", son novelas en las cuales campea permanentemente un trasfondo de tragedias, "El Malamor", es un libro fresco, divertido. Esto es natural, ya que las de las novelas son acciones que transcurren sobre y entremezcladas con la historia de un período de la Argentina -los años que van de los 60 a los 80- en los cuales, si fuese de otra manera, significaría que el autor ha estado con la cabeza enterrada mientras a su alrededor el mundo se desenvolvía en medio de una dinámica al mismo tiempo frenética, sangrienta y calidoscópica. "El Malamor" -además de dar nombre al libro es uno de los cuentos, que trata sobre una relación de incesto, origen de una transformación metafísica monstruosa, como quieren los mitos de nuestra región de Argentina, "El Malamor", te decía, es la reunión de incursiones absolutamente libres de la imaginación, fuera de esa dura realidad exterior que vivíamos en aquellos años, que fueron igualmente los de la creación de esos relatos.
S.P. : Contame sobre la gestación, sobre el origen de este libro.
J.C. : Pese a haber sido escrito en períodos contemporáneos a los anteriores -normalmente escribo dos o tres libros paralelamente-, "El Malamor" lo fue de un modo desapegado, es decir, buscando deliberadamente los temas que no tenían relación directa con lo que sucedía, o podía tener matices sentimentales directamente relacionados con la realidad histórica. También, de algún modo, significaba un descanso psíquico para mí: mientras escribía sobre historias atormentadas y tragedias -que en algunos casos, como en la novela "Ciclo de Antón Tapia", producían asociaciones históricas, con la represión mitrista del siglo pasado a los montoneros del interior, o los combates recientes-, cuando escribía sobre asesinatos e historias de amor destruidas, como te decía, sentía muchas veces la necesidad de hacer un "cuento perfecto"(para mí un cuento perfecto es un argumento totalmente imaginario, desde la primera a la última frase, aparte de formalmente cuidado y bello); entonces me ponía a escribir, por ejemplo, sobre las posibilidades metafísicas de la materia y el tiempo, las leyendas del almamula, el "petiso fantasma" o una historia de amor entre adolescentes durante unas vacaciones de verano... Salió, entonces una serie de relatos divertidos, si se puede llamarlos así y en general muy cuidados en el lenguaje.
S.P. : En tus escritos, sobre todo en las novelas, hay mucho de tu experiencia vital. Creo que no ocurre lo mismo con tus cuentos, en los que yo veo -porque te conozco hace mucho tiempo- una suerte de dimensión imaginaria, ficticia, como de despegue total de la realidad. Me da la impresión de que sos más libre en tus cuentos, más feliz si se quiere. Acaso escribir un cuento sea para vos intentar re-vivir tu historia, para reflejar de otro modo tu experiencia personal...
J.C. : Prefiero no hablar tanto sobre lo personal. Mi vida ha sido dotada, si se puede llamarlo así, de una intensidad poco frecuente (o tal vez mi propia imaginación la ha teñido y modelado, como sostienen algunas religiones orientales); lo cierto es que a veces temo que hablar de ella es hacer competencia a mis libros. Tú sabes que mi padre es un ex-poeta conocido aquí, tú sabes que estudié piano desde la infancia, más tarde pintura y toqué en conjuntos de rock; tú sabes que escribí mis primeras cosas como periodista, que desde los veinte años escribí en varios periódicos, por lo cual tuve problemas en la época del proceso... cosa que me sirvió pues, como dice Nieztche "todo lo que no te destruye te fortalece" y porque el hastío de tanta violencia de ese período me convirtió en convencido pacifista... en fin... También me casé, hace 18 años, con una vitalísima cordobesa de San Francisco y con ella tengo cuatro hijas... De hecho, mi vida se refleja en gran parte dentro de lo que escribo, particularmente en mis novelas, en las cuales, si bien no hago un relato estricto de ella, tomo más o menos algunos hechos que sucedieron a mi alrededor -y conmigo- personas que conocí, o cosas que me contaron como reales, mas siempre subsidiariamente respecto de los ejes del argumento, que siempre es imaginario, es decir una composición de sucesos que nunca se presentó de tal forma precisamente en la historia.
S.P. : ¿Crees que un pasado desconocido, inaccesible a través de la ciencia histórica, esté presente de algún modo en el "hoy" del que escribe?
J.C. : Sí; por ejemplo en la novela "El Jinete Oscuro", que hasta ahora es la más larga que escribí (unas 500 páginas de libro), toma como eje dos vidas que en cierto modo me pertenecen: la personal (en su sentido familiar) desde cuatro años antes de mi nacimiento, en 1949, hasta 1963 y la de un antepasado militar, combatiente de las luchas por la organización nacional, durante la década de 1870. Estas dos historias juegan un papel concertado, aunque en este, que es el primer tomo de una saga que he planeado en cuatro libros, apenas esbozo la segunda, para dar prevalencia a la familia del protagonista; el padre -un poeta que trabaja como libretista de una radio-, sus abuelos -un comisario retirado, que de joven fue arriero, mayoral de estancia, cuchillero y por fin comisario- una abuela cuya personalidad es un arquetipo de la cultura "hispanoaborigen"... y otros que, sí, pueden encontrárselos en mi vida.
S.P. : ¿Cómo se manifiesta en tus novelas ese tu otro pasado, es decir, esa historia que objetivamente puedes contar, que has vivido?
J.C. : Bueno, también en "Ciclo..." y la novela "Abelardo", editada a fines de 1991 y mi última novela, una historia de amor en los '70 aún inédita, que tú conoces, hay bastante de lo personal... durante casi todo lo que duró el proceso militar conocí y viví miles de historias personales de mis amigos, de sus familias, con desapariciones, torturas, combates armados que me narraban, en fin... todo eso se refleja en parte en estas novelas, cuyos argumentos transcurren durante ese periodo... pero sólo un reflejo parcial, pues creo que para escribir sobre eso -como una vez le decía a Mempo Giardinelli- soy cauto y todavía tiene que pasar un tiempo, para escribir sobre las historias de las cárceles y la lucha armada sin que se convierta en una mera obra testimonial... ¿Sabes?, el escritor tiene mucha responsabilidad, porque su obra trasciende; un video u otro tipo de obras, aún no han logrado la trascendencia de un libro a lo largo de los siglos... entonces, uno debe despojarse de todo sentimiento malsano que pueda enturbiar la creación: rencores, aspiraciones personales, por muy justas que le parezcan (siempre nos parecen justos nuestros propios reclamos), para que lo producido, sea una obra de arte, algo que acreciente al lector -de ahora y de las próximas generaciones- y no que le infunda odios o confusiones. Una obra de arte, para serlo realmente, debe transmitir las esencias de los sucesos, su sentido oculto... recuerdo que Mempo me dijo "epa, sos muy ambicioso", porque le comenté que aspiraba a escribir algo como "La condición humana" de André Malraux, respecto de la época del proceso y para ello debía dejar pasar los años, que mis sentimientos se calmen... y sí, creo que para ser artista hay que ser ambicioso.
S. P. : ¿Te sentiste identificado con André Malraux, ideológicamente, como ensayista de arte, o te agradó su literatura? ¿Qué escritor te influyó?
J.C. : Bueno, no sentí particular atracción por Malraux; sólo "La condición humana" me conmovió muchísimo (yo tenía 21 años), pero no creo que lo ideológico (en el sentido de un "cuerpo de ideas" que constituya una cosmogonía) sea determinante para la literatura; al menos no lo fue en mí: yo tenía por ejemplo la "contradicción" de que mientras me crié en un hogar de un conservadorismo filonazi (con el cual también me identificaba en la infancia), leía las vidas de los pintores "malditos", obras de comunistas como Gorki o autores judíos. En mi etapa de elección vocacional, a los veinte años, me agradaba muchísimo Alexsandr Solhenitzin -por inducción de sus libros devoré luego a Dostoievsky y Tolstoi-. Pero mis verdaderos maestros fueron cuatro: José Hernández, Gustavo Adolfo Bécquer, Edgar Allan Poe y Hermann Hesse. En ese orden.
S.P.: A propósito de tus inclinaciones "ideológicas" en el arte, se que integras un movimiento vanguardista internacional... ¿el INIsmo?
J.C. : Así es.
S.P.: ¿Qué es el INIsmo?
J.C.: Es agua y es viento. Es fuego y aire: la intención de este movimiento es recuperar el aliento creador de la humanidad, que ha perdido la iniciativa en este campo, deslumbrada por la tecnología, que de algún modo ha sustituido esa prerrogativa propia de los humanos. Entonces, el INIsmo, está trabajando para crear otra vez, a partir de la molécula más pequeña, una nueva forma de ser humanos...
S.P.: ¿Es un movimiento europeo?
J.C.: El INIsmo nace en Francia, en 1980, fundado por Gabriele-Aldo Bertozzi -quien continúa siendo su orientador. Pero a poco de andar, se convierte en un movimiento internacional. De hecho, casi simultáneamente hace su aparición en Argentina, a través de una entrevista a Bertozzi publicada por la revista Pájaro de Fuego, ese mismo año de su fundación. Enseguida se conecta con ellos el poeta porteño Hugo Fiorentino y a través de él, que era mi amigo, conozco a este movimiento que integro hasta hoy.
S. P.: Presentame a El Malamor..
J.C. : Este libro contiene 28 cuentos, algunos cortos, algunos largos, como "Niebla en los árboles" una historia de ficción que llega casi a las 60 páginas... Bueno, en este libro hay un poco de todos los campos en que se puede incursionar: policiales, creaciones en base a los mitos, como la salamanca, el duende, las ánimas del bosque; cuentos de amor, cuentos experimentales, donde se inventan palabras y se alude a realidades multidimensionales; cuentos "de terror", de ficción fantástica, filosóficos... en síntesis, un muestrario, cuyos hilos unitivos fundamentales son el haber sido escritos más o menos en cierto periodo y algunas pautas éticas, percepciones del universo particulares y un código que refiere a realidades trascendentes. Me gustó mucho escribirlo y ahora que lo releo para corregirlo antes de que salga... también me pone muy contento.



* Silvia Piccoli tiene 25 años, es periodista, profesora de italiano, traductora, profesora de historia y pintora; fue secretaria de redacción de la revista literaria "Quipu de Cultura", redactora de El Liberal, obtuvo varias distinciones. Entre ellas el Primer Premio del Certamen 1988 del diario EL LIBERAL y el Premio Poesía en Libertad (1984). Desempeña la docencia en colegios secundarios de Santiago del Estero. Esta conversación, realizada en noviembre de 1992, fue publicada en la Sección Cultural del diario LA VOZ DE SAN JUSTO (San Francisco, Córdoba).